Maduro, ¿para qué?
Después de catorce años de
ejercicio del poder político en Venezuela, en el marco de la “revolución
Bolivariana”, con predominio del Chavismo en lo que se configuró como partido político en el 2007: Partido
Socialista Unificado de Venezuela, hasta
la muerte de su caudillo indiscutible (oficialmente a los cuatro o cinco días
de marzo del año en curso), y tras el brevísimo tiempo de menos de tres semanas
de campaña política (electoral) para nuevas elecciones presidenciales, seguido
del duelo por aquel, con resultados sorprendentes en desfavor del régimen, las siguientes notas como lectura entre líneas
de segmentos de esa compleja realidad.
El caudillismo tiene de efímero
lo que todos tenemos de inevitables mortales. Con el agravante de que la
política que se despliega no obedece al accionar de un colectivo que piensa; no
es el poder organizacional que contempla la emulación de ideas y proyectos en
un ambiente democrático. No.
El caudillismo es
uni-personalismo que desvaría creyéndose entidad mesiánica sobre la base de la
exultante admiración que le prodiga sus correligionarios, que al parecer experimentan la mística
sensación de realización por vía de la consagración taumatúrgica del
insuperable jefe.
Hugo Chávez Frías alcanzó sólo esa figuración atado a su
desdoblamiento en tanto populismo; no talante de estadista que asume el
bienestar de sus gobernados, ayer mayoritariamente menesterosos, jugándose
racionalmente las variables de una economía que se ha de sostener así misma por
su productividad y el no derroche de los recursos discrecionalmente
administrados por el estado. El gasto público exagerado toma el cauce del
asistencialismo como opción para reivindicar un modo de vida ayer degradado por
la miseria del capitalismo salvaje.
Concomitante a la entronización de este modelo, se ha desatado la
parálisis de la economía y la delincuencia se ha desmadrado. Las expropiaciones
y nacionalizaciones, devinieron en
ociosidad de los medios de producción. La fuerza de trabajo activa corrió igual suerte.
Paralelo a esa deprimente realidad, la cotidianidad del país estuvo
marcada por la incontinencia verbal del caudillo, el presidente comandante. Los
poderes públicos perdieron su independencia, junto a los pesos y contrapesos
que cuidan y protegen la democracia, hasta fundirse todo en el ejecutivo.
Evidentemente que sobre-estimando la movilización del pueblo, el
re-encuentro de este con su dignidad, ganando las amplias masas la condición de
sujeto de su propia historia en superación de su marginalidad, todo lo anterior
se justificaba. Unanimismo en lugar de
pluralismo.
Esa era la realidad cuando ya el presidente Hugo Rafael Chávez Frías vivía
la fase final del no retorno entre los vivos. Y por la misma lógica de la
institucionalidad “chavista”, Él, el caudillo une los cuatro dedos de una de
sus manos y con el índice bien recto señala a su heredero, anunciándolo en
alocución pública a su pueblo: “¡Voten por Nicolás Maduro!”
De ese punto hasta hoy, por la evolución de los acontecimientos en la
República Bolivariana de Venezuela, Hay que preguntarse: ¿qué o hasta dónde
Nicolás estaba maduro para afrontar
tan difícil momento y salir avante?
Me arriesgo a aseverar que Nicolás Maduro puso de manifiesto su inmadurez descomunal desde que pretendió
no asumir lo que venía construyéndose él como persona y político, no importa el
común ideario con su(s) camarada(s) de partido, sino que empezó a representar al mesías que ascendió a
otra vida!. Su identidad era la del difunto en cuerpo ajeno. Y el espejo o las
lunas en el palacio de Miraflores después de las elecciones, seguro ante sus ojos incrédulos, muy tarde
quizá, lo han develado así mismo como lo
que es: Un personaje que se creía Hugo Rafael Chávez Frías, el presidente, supremo comandante! Pero no, él, Nicolás, sencillamente seguía siendo sin más, Nicolás Maduro, pero actuando.
Y lo que todo el mundo espera aun, para
bien o para mal, es que sea él,
auténticamente Nicolás Maduro. Con su adentro y su afuera. Con su acción
y su palabra. Re-conduciendo el país.
Que el susto en la posesión a manos del espontáneo “hombre araña”
definitivamente lo haya despertado del místico transe en que lo sumió la muerte
del supremo comandante y con su ser en reserva, potenciado para este nueva era,
muestre su talante de gobernante. Como Nicolás Maduro. Fajándose a fondo, allí contra las cuerdas!
Ramiro del Cristo Medina Pérez
Santiago de
Tolú, abril 20 - 2013